Todo se había desvanecido ante mis ojos. Como en una riada tu orgullo y tu prepotencia habían devastado mi alma dejando una ribera desolada, cubierta de barro y llena de ramas partidas. Al igual que mi esperanza. Siempre pensé que era una mujer fuerte, que podía controlar mis sentimientos y superar todos los obstáculos por los dos. Es evidente que estaba equivocada.
Creía que los errores se veían venir poco a poco, pero, ¡Que va! Los errores se te estampan en la cara como la rama de un árbol cuando alguien camina delante de ti en el bosque. Y así, de repente, el valeroso príncipe se convirtió en una sucia y egoísta rana.
En fin, tras varios meses de desesperación, de intranquilidad, de miedo a volver a caer en tu trampa, lo he conseguido. He superado la tentación, aquella antes tan atractiva y ahora tan ridícula y necia.
He de confesar que hubo un momento en el que temí, temí volver a pasar por lo mismo. Volver a ilusionarme, volver a confiar, a amar a alguien hasta el punto de convertir en invisibles sus defectos y anteponer sus necesidades a las mías propias.
Pero, una vez todo hubo pasado, recordé algo, algo que un lejano día en el tiempo escribió un poeta inglés;
Es mejor haber amado y haber perdido, que jamás haber amadoY la verdad, puede que suene estúpido pero me hizo ver que, al fin y al cabo, siempre nos guardamos en la memoria los buenos momentos vividos. Porque a pesar de todo, yo te quise y fui feliz mientras lo hacía.
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