12 de octubre de 2010

¿Quien dijo imposible?

Imposible. Esta palabra que tanto usamos y que muchas veces nos hace pasar tan malos ratos. No me gusta, no me gusta nada, prefiero decir improbable,.. como todo el mundo, supongo. Pensaréis que no hay mucha diferencia, pero yo veo una distancia abismal entre ellas.
La real academia, define imposible, como a lo que no tiene facultad ni medios para ser o suceder, e improbable como algo inverosímil, que no se funda en una razón prudente.
La improbabilidad duele menos, porque deja un huequito a la esperanza, a la ilusión. Será por eso que todos la preferimos antes que a la imposibilidad.
Improbable era que el hombre llegara a la luna, pero Neil Amstrong lo hizo. Improbable era que el presidente de EEUU fuera de color, pero Barack Obama lo consiguió. Nadal desbancando del número uno a Federer, sucedió. Una periodista convertida en princesa, se hizo realidad.
El amor, las relaciones, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente. Por eso no me gusta hablar de amores imposibles, sino improbables. Porque lo improbable es por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pase, es que puede pasar. Y mientras haya una posibilidad, una posibilidad entre mil millones de que pase, vale la pena intentarlo. Porque nunca sabes cuando lo imposible, puede convertirse en improbable.

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